jueves, 31 de marzo de 2016

Con el mismo cuento 39 - Maupassant y Roa Bastos

Erotismo nutritivo

Idilio, cuento de Guy de Maupassant (1850-1893)
Hijo de hombre (1959), Cap. III Estaciones, párrafo 9, novela de Augusto Roa Bastos (1917-2005)






 








En estos cuentos, el refinado erotismo que se insinúa se transforma, en un giro inesperado, en una situación ambigua en el límite entre el amor y la desesperación. Una muestra del naturalismo del S19 que pasa a la literatura del 20.
Ambos transcurren en un viaje en tren, motivado por situaciones sociales apremiantes de las que los protagonistas intentan escapar en busca de un futuro mejor. Las coincidencias no paran allí, de modo que no hay dudas de que las páginas de Roa Bastos son deudoras de las otras y una muestra de su admiración por el escritor francés.

En Estaciones cuenta el viaje en tren del antihéroe de la novela, un Miguel Vera apenas adolescente, que va desde su pueblo a Asunción para  iniciar el secundario en la Escuela Militar. Los padres lo hacen acompañar por una criada, Damiana Dávalos, que aprovecha para llevar a su pequeño crío a conocer a su padre, preso en una cárcel de la capital por su participación en la Rebelión de los Agrarios de 1912. La vía ferroviaria ha sido tendida hace poco tiempo y las estaciones: Caacupé, Tobatí, Sapucay, Escobar  coinciden con viejos pueblitos o han sido fundadas hace poco tiempo.
Después la novela se enfoca alrededor de la Guerra del Chaco y sus consecuencias. Los distintos personajes y sus relatos de van entrelazando y a la vez permiten encontrar episodios separables como el extractado para este artículo. Otro de sus personajes, Crisanto Villalba –que tiene mucho de Martín Fierro y Juan Moreira– cierra la novela con un episodio memorable, muy distinto a los de sus antecesores en la ficción.

Sintetizando, resaltar el paralelismo entre ambas obras no tiene importancia frente a la magnitud y la potencia de Hijo de hombre. Como no se puede encontrar  en la red, me he permitido transcribir el fragmento más abajo. Si su lectura tienta a la de la novela,  esta entrada estará sobradamente cumplida.
Fin


Hijo de hombre – Capítulo III – Estaciones –
9
Los de segunda nos acomodamos entre los escombros para dormir.
Hacía calor. Extendimos el pequeño equipaje y nos acostamos sobre una manta que sacó Damiana de su atado. Cerca de nosotros, detrás de un trozo de pared, se tendió la pareja de recién casados.
La noche cayó de golpe sobre el pueblo.
A mí me parecía oler todavía la pólvora pegada a los yuyos, a los ladrillos, a la tierra. Del otro lado del pedazo de tapia seguían los arrumacos y besuqueos. De tanto en tanto la oía quejarse a ella despacito, como si el otro le hiciera daño jugando. También oía sus risas. Por eso no pude dormir pronto.
En otra parte, la voz temblona de un viejo, posiblemente alguno del pueblo, relataba interminablemente a un pasajero detalles de la catástrofe.
Al caer el primer sueño vi el relámpago y el trueno de la explosión. Veía correr a muchos hombres sin cabeza por la zanja, cubiertos de sangre, con la ropa en llamas. Me desperté y me encontré junto a Damiana, muy apretado a ella. Volví a sentir el hambre que se me hizo insoportable cuando noté que Damiana estaba tratando inútilmente de dar de mamar de nuevo al crío.
Procuré retomar el sueño, pero lo más que conseguía era una especie de excitada modorra que me hacía confundir todas las cosas. Damiana estaba quieta ahora, durmiendo tal vez. Cuando me di cuenta, me encontré buscando con la boca el húmedo pezón. Probé la goma dulzona de la leche. Pero ahora de verdad. La probé de a poco primero, apretando apenas los labios, con miedo de que Damiana sacara de mi boca esa tuna redonda y blandita que salía de su cuerpo. Pero ella no se movió. Tampoco a nosotros podían vernos. Nadie se iba a burlar de mí que mamaba en la oscuridad como un crío de meses. No sé por qué me vino en ese momento el recuerdo de la Lágrima González. No quería pensar en ella. Entonces chupé con fuerza, ayudándome con las manos, hasta que el seno quedó vacío y Damiana se volvió de costado con un pequeño suspiro.
Yo me dormí sin soñar más nada
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Susana P. me sugirió la relación entre las dos obras y propuso agregarla a esta serie de relatos emparentados. Agradezco aquí su generosidad.
Las viñetas de Roa Bastos son de Juan Ra Ferreira y Nico (Nicodemus Fermín Espinoza).
 

viernes, 25 de marzo de 2016

Salsas y azotes

Salsas y azotes: ¿Pesto o Bolognesa?

 
“¡Qué salsa que les dimos! Y el año que viene se la damos de nuevo.”
“Nos dieron un pesto del que no quiero ni acordarme.”

Usamos estas expresiones para referirnos a triunfos o derrotas abultadas que incluyen la humillación de los adversarios y también para comentar el resultado de grescas y peleas callejeras con un sentido más o menos figurado de castigo.
La cosa viene de lejos, del siglo XII. Por esos años, una especie de plaza de Rávena, Italia, cercana a la puerta de San Mamante en la muralla, se llamaba Las Salsas y se utilizaba para el castigo con azotes de los malhechores. Era un espectáculo público y que le dieran a alguien la salsa no tenía nada de metafórico.

De modo que, sin duda alguna, la expresión se ha ido modificando con el tiempo y la introducción del “pesto” debe ser obra de algún genovés, ya que Rávena está cerca de Bologna y la salsa, por lo tanto, debe ser la “Bolognesa”. Ya era usada en los tiempos del Dante como se ve en este fragmento donde están azotando a una persona que aquel había conocido en vida:

Ocultarse intentaba aquel golpeado,
mas al bajar la faz poco le presta,
que yo le dije: “Atiende el agachado:
 
si tu semblanza verdadera es ésta,
Venédigo eres tú, Cacianimigo.
¿Qué te trae, pues, a salsa tan funesta?

Y él respondió: “Sin voluntad lo digo:
Ni soy yo el solo boloñés que acierta
este sitio a morar,  de nos tan lleno;
Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, canto XVIII

El diálogo transcurre en el octavo círculo del infierno, que tiene diez grandes fosos circulares, donde los castigos van aumentando gradualmente. En éste, los demonios azotan a los rufianes mientras están sumergidos en la inmundicia, y todavía quedan tratamientos más atroces.
En el noveno círculo, les toca a los traidores a la Patria. Los castigos no los voy a decir. Que los busquen los interesados, si quieren saber lo que les espera.  Me refiero a los Senadores de la Nación, en especial a los que fueron electos por el Frente para la Victoria. Sería bueno que los recuerden antes de emitir su voto de aprobación o rechazo del infame acuerdo con los fondos buitre.
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lunes, 21 de marzo de 2016

Con el mismo cuento 38 - Mansfield, Woolf, Blaisten y Lispector

Con el mismo cuento 38 – Felicidad por cuadruplicado


Asunto escurridizo ese de la felicidad. Y no digo nada de conseguirla y retenerla sino, siquiera, de llegar a definirla, a rodearla, a pellizcarla aunque más no fuera.
El tema en común de estos cuentos es el intento de atraparla, de poner en palabras ese trance o el estado de exaltación que asociamos a la “gran palabra”.

Felicidad, (1918) cuento de Katharine Mansfield (1888- 1923)
La Felicidad, (c. 1925, publicado en 1985) cuento de Virginia Woolf (1882-1940)
La Felicidad, (1969) cuento de Isidoro Blaisten (1933-2004)
Felicidad clandestina, (1971) cuento de Clarice Lispector  (1920-1977)

Katharine Mansfield relata la de Berta Young, joven, madre, de alta burguesía inglesa, que descubre la suya plena (“…como si se hubiera tragado un trozo del sol… y este le abrazara… lanzando una lluvia de chispas por todo su cuerpo”) el mismo día en que su esposo hace una cita con una amiga.

Virginia Woolf, editora de la Mansfield, ambienta su cuento en el mismo estrato social pero da un paso adelante diferenciando la felicidad masculina (tejida en reflexiones) y la femenina (más corporal); con un punto en común: es una sensación individual, solitaria, no incluye al otro.

Clarice Lispector le aporta el condimento de lo clandestino al dilatar con diferentes artimañas el encuentro con el objeto de su deseo: la lectura de un libro de Monteiro Lobato.
Así la felicidad se mantiene viva y no se consume al consumarse.

Este último punto es central en toda la obra de Isidoro Blaisten, a punto tal que uno de sus mejores cuentos, Dublín al Sur, lleva un epígrafe de Bioy Casares que lo resume a la perfección: “Las mujeres deseadas y los ideales, ay, se alcanzan.” (A. Bioy Casares, Guirnalda con amores)
En su relato, un par de amigos en la mala se las arregla para sobrevivir y mostrar que la felicidad es un concepto demasiado amplio y diferente para cada persona. El mío, por caso, en estos momentos, ha sido la lectura de estos cuentos, todos, en especial los de Woolf y Blaisten.


Para que no digan que todo me viene bien y que no critico a nadie, les comento que en la búsqueda de material para esta entrada me topé con Demasiada felicidad de Alice Munro.
No se pueden sacar muchas conclusiones por un par de cuentos, pero qué flojo y falto de equilibrio entre forma y fondo. Un sueño de hace unos días me convirtió en justiciero: dividí el Premio Nobel de la canadiense entre los cuatro. Y todos ellos rieron con la ocurrencia, menos yo que me desperté agitado.

http://www.edicionesgodot.com.ar/sites/default/files/virginia-woolf-preview.pdf
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/por/lispec/felicidad_clandestina.htm
http://www.autoresdeconcordia.com.ar/articulos.php?idArticulo=703
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domingo, 6 de marzo de 2016

Pretextos de novela


Emma Bovary y Don Quijote son claros ejemplos de que la lectura es una actividad poco saludable. Ella, con la cabeza quemada por tantas novelitas románticas, terminó suicidándose después de hacer un macanazo tras otro y el Hidalgo acabó más loco que un plumero atragantado con historias de caballería. Pero si hay un ejemplo paradigmático del tópico es Francesca da Rímini, por ser, probablemente, la primera en achacar sus padecimientos a la lectura.

La bella Francesca se casó con el Señor de Rímini, hombre  muy poderoso pero feo y repugnante. Para colmo tenía éste un hermano muy apuesto, Pablo, que se enamoró perdidamente de la cuñadita, la que a su vez le correspondió concretando ambos el romance en lujuriosos encuentros.
Cuando años después de muerta* le preguntaron la causa de haber caído en pecado, alegó que Pablo y ella se habían puesto a leer juntos la historia del Rey Arturo y al llegar a la parte en que la reina Ginebra y Lancelot se besan apasionadamente ellos hicieron lo mismo, no se pudieron contener y…
 
Al que no sé si le alcanzaron a dar estas explicaciones o, en todo caso, no las atendió fue al marido que atravesó a los dos con una sola estocada. El tipo se llamaba, casualmente,  Lanzilotto (Lancelot, en italiano) Malatesta, lo que no deja de ser una jugada negra del destino.

* Si miento es por boca de terceros. El chismoso que batió esta historia es Dante Alighieri, en La Divina Comedia, Infierno, Canto V:

“Mas dime: al tiempo de tu mal creciente,
¿cuándo y cómo los ímpetus sentiste
de ir hasta el fondo del deseo ardiente?”

Y ella exclamó: “Mayor dolor no existe
que el feliz tiempo recordar consunto,
y éste lo sabe, en la miseria triste.

Mas pues quieres principio y causa junto
saber de nuestro amor con tanto anhelo,
vas a verme llorar y hablar a un punto.

Leíamos un día por consuelo,
cómo fue Lancelot de amor herido:
solo éramos ambos, sin recelo.

Cien veces a llorar nos ha movido,
y a perder la color del libro de arte;
mas un punto nomás nos ha perdido.

Cuando a leer llegábamos la parte
do aquel bebe de amor el beso blando,
éste, que ya de mí jamás se aparte,

la boca me besó todo temblando.
Galeoto** fue el libro y aquel día,
Ya nada más leímos.” Así hablando…

** Sir Galahad, en inglés.
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