jueves, 17 de diciembre de 2015

Caprichos y caprichosos

Caprichos, caprichitos y caprichosos.


 

El nuevo presidente empezó su mandato con un acto caprichoso para poder cumplir su antojo de no recibir el mando de manos de su antecesora. Puede haber varias razones –todo líder quiere fundarse desde la nada, una planeada puesta en escena, no le gustaba el desodorante de Cristina Fernández, su figura menguaba en el contraste o lo que se les ocurra– pero, casi siempre, en el fondo hay una forma arbitraria, fuera de las reglas (de las leyes) en ese inestable acto voluntario
Si los caprichos se reiteran, de ese primer paso a la transgresión de las leyes y a los actos sin fundamento y contra toda norma moral hay un corto camino.
Una vez que en la conducta prima la mera satisfacción del propio deseo, se hace imperioso despegarse de las normas o leyes a las que un presidente está obligado a cumplir y hacer cumplir a rajatabla.

Desafortunadamente la conducta se repite y el ejemplo cunde entre el líder y sus adláteres.
El nombramiento de los jueces de Clarín en la SCSJ de la Nación y la expresión “será suspendida la aplicación de la Ley de Servicios Audiovisuales porque es contraria a nuestra propia filosofía” (Aguad, 12 dic. 2015) van dejando en claro que el final termina con la conversión del caprichoso en dictadorzuelo y luego en dictador pleno.
Resultaría muy interesante que la prensa totalitaria y hegemónica, que tildaba de loca, bipolar o caprichosa a la Presidenta saliente ponga cuanto antes a sus galenos a tipificar un diagnóstico más preciso de la conducta del actual mandatario que el que intuye este lego.

 
Caprichos de las palabras, cuya dualidad se pone una vez más de manifiesto, el Capricho es también una forma musical nacida a fines del siglo XVI, de forma libre y alegre que empezó formando parte de la suite y que no estaba sujeta a las formas de las composiciones más habituales. Más tarde pasó a ser una composición destinada a un solo instrumento y a posteriori se hicieron para orquesta. El Capricho español de Rimsky Korsacov y el Capricho italiano de Tchaikovsky son de los más conocidos y resulta increíble cómo, siendo ambos rusos, captaron tan hondamente el espíritu de los dos pueblos.


La viñeta es de Maxalba y la foto del Capricho de Gaudí en Comillas.
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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito

Desde hace un par de días andan resonando en mis oídos estos poemas de Alfonsina Storni y de Juana de Ibarbourou. Muestran dos miradas en el zigzagueante camino de afirmación de la mujer como sujeto con derechos (más o menos plenos, según se mire.)
Como homenaje a las grandes que han luchado por esas conquistas y honrado sus cargos, por encima de vaivenes circunstanciales, un poco de poesía con la ilusión de que nos proteja de algunas miserias.

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.

Mujer

Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
de sombra y silencio me habría de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando así me acosan ansias andariegas
¡qué pena tan honda me da ser mujer!
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lunes, 7 de diciembre de 2015

El despenador - cuentos y novelas

Este es el listado que había prometido con cuentos y novelas que tienen como protagonistas a despenadores, acabadoras y ayudadores. También algunas obras donde se hace referencia a ellos y su oficio. Necesariamente es incompleto, así que acá mismo agrego las disculpas por las involuntarias omisiones.

·         La despenadura, cuento de Vicente Orlando Agüero (1918-1975), argentino.
·         El despenador, cuento de Ventura García Calderón, (1886-1959), diplomático y escritor peruano (nació y murió en París).
·         La acabadora (Accabadora), novela de la italiana Michela Murgia, Editorial Salamandra, 2011.
·         El despenador, novela de Martín Betancor, uruguayo, editorial La propia cartonera, Montevideo, 2010.
·         Ña Micaila, la despenadora, cuento de Rafael Cano, argentino, de su libro Del tiempo de Ñaupa, 1983.

Hay menciones al oficio o a los trabajos de despenadores en:

·         Preziosa di Sanluri, novela histórica de Carlo Varese, (1783-1866), médico y escritor italiano nacido en Piemonte.
·         Historias ocultas de la Recoleta, relatos de María Rosa Lojo, escritora argentina, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000.
·         El héroe discreto, novela de Mario Vargas Llosa, escritor peruano, Editorial Alfaguara, 2013.
 


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martes, 1 de diciembre de 2015

Ventura García Calderón - El despenador

El despenador
Ventura García Calderón


Lo habían ensayado todo sin éxito; el sebo de jaguar; la lana de llama blanca, que alivia el dolor si se ha friccionado con ella el pecho del enfermo; las hierbas serranas que el brujo del pueblo vecino propinaba en un mate de chicha después de haber escupido, como las llamas, hacia los malos poderes del aire. La serafina, hechicera insigne, se untó el sábado por la noche el cuerpo entero de polvos amarillos y salió volando a Huamachuco, a besar tres veces el trasero del macho cabrío. Pero ni el diablo ni los santos pudieron aliviar al viejo cacique de indios que agonizaba en su cabaña.

No moría el viejo como los demás, resignado a lo inevitable, en silencio, apenas quejoso, bebiendo chicha y aguardiente para acelerar el tránsito a mejor vida. Se retorcía, espumaba, maldiciendo. Nadie podía pegar los ojos en la cabaña: ni los cerdos rosa, ni las alpacas, ni el perro pastor, ni los hijos del moribundo, que se acostaban todos juntos. ¿Hasta cuándo iba a gemir el taita viejo? Los malos espíritus se habían cernido allí como lechuzas en las tumbas; y junto al fogón, lleno de taquía, el estiércol de llama, que tornaba sofocante la atmósfera, discutieron todos sin prisa. Tal vez el taita escuchó algún comentario, pues se irguió en el lecho de paja con tan siniestra mirada que el hijo mayor se puso a temblar y a persignarse.

Estaban de acuerdo: era necesario llamar al despenador, último recurso antes de pagar al cura el entierro. Cuando el caso es desesperado, el despenador viene a abreviar la agonía.
Es un verdugo de buena voluntad, respetado y pagado. Sólo pudo llegar dos horas después porque había “trabajado” toda la tarde en un pueblo de los contornos. Era un indio hercúleo, de barbas ralas y solapado mirar estrábico.

Vestía poncho oscuro con pantalón de paño militar, y llevaba los desnudos pies roídos por la nigua mal curada. Colgaban de su cuello esas piedras que las gentes del país aseguran ser “ojos de gentil”, es decir, disecados ojos de muerto. Para darse bríos pidió el despenador un mate de chicha, y se estuvo chacchando en la puerta, sin hablar, sonriendo torpemente al cielo, en que viraban los cóndores. De cuando en cuando cogía un piojo de los cabellos y lo hacía estallar entre los dientes.

Adentro, el indio viejo siguió chillando, y fue preciso entrar a calmarlo. El despenador apartó los cerdos, pudo amarrar al perro hambrón que aullaba siniestramente, y en cuclillas avanzó hacia el agonizante; le sujetó ambos brazos con un ronzal. Bruscamente le apoyó en el cuello el peso de su flaca rodilla. Era la manera habitual de despenar. La aguda rótula penetró en las carnes, y el moribundo empezó a jadear con ese estertor apresurado, que era siempre el preámbulo de la fácil agonía. Sudaba el despenador en la cabaña, sudaba envuelto en el poncho, sin terminar. Sentía sobre sí la mirada fría del cacique y perdía los bríos para estrangularlo.
-¡Pumañahui, cuntursoncco! (Ojos de puma, corazón de cóndor) –regañó entre dientes con un gemido gutural.

El moribundo pudo deshacerse, en fin, de aquellos garfios de los dedos; se irguió como un hombre sano, y la lucha comenzó en silencio. Por primera vez el despenador veía con espanto la resurrección de un cliente sin acertar a defenderse. ¡El cacique había recobrado aquella fuerza famosa que le permitía matar indios de un solo abrazo!

La familia aguardaba en la puerta que el despenador saliera a llorar con ella al cacique muerto. Para esperar con calma, para alejar a los malos espíritus que circundaban la cabaña, trajeron chicha y aguardiente en los inmensos porongos que ostentaban en relieve chorreras de lluvia y mazorcas de maíz, todos los signos de la abundancia del Padre Sol, fecundo y dadivoso cuando quiere. Junto al coro de bebedores, un chiquillo se dejaba conducir como un ciego de lazarillo por una rata monstruosa: llevaba atada al rabo una cuerda de lana roja. Sobre un nido salvaje se removían dos aguiluchos recién nacidos que alguien robara, para obsequiarlos, en la más alta roca de los Andes.

Entonces, como se escucharan ruidos violentos en la choza, nunca jamás la acción de despenar a un moribundo había tardado tanto, se decidieron los hijos a derribar la puerta. Un alarido común los retuvo. El moribundo había llevado hasta el fogón de taquia al despenador, que agonizaba allí, carbonizado ya, con el rostro adolorido y anguloso de las antiguas momias. En cuclillas, el cacique estaba quemando para calmar a los poderes infernales, unas hojas de coca en la vasija negra.

Al sentir entrar a sus parientes, no se quejó ni volvió el rostro para mirar con severidad a nadie. Matar a los moribundos era la costumbre inmemorial y él la acataba como todos. Pero él estaba vivo, fuerte, lozano. Para probarlo, levantó a un cerdo en brazos y salió entonces al aire libre, masticando la coca amarga, a beber y bailar con toda la parentela serrana que preparaba el funeral.
FIN

El despenador se puede escuchar acá:
http://www.blindworlds.com/publicacion/78334
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martes, 24 de noviembre de 2015

Eutanasia - El despenador - Sa accabadora

El despenador - Sa accabadora


El derecho a una buena muerte es un tema controvertido y difícil, como todos los que rozan ese aspecto tan inexplicable como definitivo de nuestra existencia. La eutanasia está prohibida en casi todo el mundo con algunas excepciones como Suiza y uno de sus promotores, el médico norteamericano J. Kevorkian, acabó sentenciado a 25 años de cárcel por ayudar a sus pacientes en suicidios asistidos. Entre su lema “morir no es un crimen”, la acusación de “matar a los pacientes” y su intención de “evitarles sufrimiento innecesario” se desarrolló el proceso judicial que terminó en la condena.


Algunas horas de primavera, 2012, Francia, 108 min., película dirigida por Stéphan Brizé con Vincent Lindon y Hélène Vincent en los protagónicos, trata el tema con naturalidad y sin golpes bajos.

Yendo más atrás en el tiempo, la figura de un miembro de la comunidad que ayudaba a acortar agonías innecesarias está presente en numerosas culturas y sus servicios se han usado hasta tiempos no muy  lejanos, digamos mitad del Siglo XX.
En Cerdeña, Sa acabadora (la acabadora) generalmente era una mujer, la misma que oficiaba de partera, que “equilibraba sus tareas entre ayudar a entrar y a salir" a la gente de este mundo.
En el norte de Portugal, en Galicia y en Murcia el investigador Fermín Bouza-Bref encontró tradiciones literarias, leyendas y romances que referían a la práctica de la eutanasia con ancianos. Los salutaores de Murcia, son los equivalentes a las accabadoras sardas. Las prácticas se realizaban no sólo con ancianos sino también con niños, como se hacía en la antigua Grecia.
Hay actas del Cabildo de Murcia otorgando licencia a algún salutaor, hacia el año 1697, para que “libremente pueda incurrir en saludar sin pena alguna y se le dé testimonio”. Lo que confirma que las autoridades civiles y eclesiásticas estaban al tanto y regulaban esta labor, realizada entre los márgenes de lo moral y lo lícito.

En nuestra América a tal personaje se lo denominó: el despenador. Numerosas referencias literarias lo incluyen, generalmente centradas en comunidades indígenas, pero llegan mucho más allá.  Las zonas van desde Perú hasta el sur de Argentina y Chile.
Lucio V. Mansilla los cita en sus obras y María Rosa Lojo, en sus Historias ocultas de la Recoleta, da cuenta de la solicitud de  los servicios de un despenador por parte de una de las familias cercanas a Rosas, para que el pobre Pascacio “no siguiera padeciendo, ni vivo ni muerto como estaba.”
El investigador puntano Vicente Orlando Agüero ha estudiado y recogido testimonios de las prácticas de los despenadores en la zona de Malargüe, al sur de la Provincia de Mendoza.

De modo que la figura de la acabadora, el salutador o el despenador podrá ser verdadera o fantástica, aceptada o negada; pero su presencia, al menos literaria, es indudable. En la próxima entrada incluiré una lista de cuentos y novelas que los tienen como protagonistas y publicaré un cuento del peruano Ventura García Calderón: El despenador.
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martes, 17 de noviembre de 2015

Temas de todos los tiempos 1 - Pechos de miel

 
Muchacha pechos de miel,
no corras más. Quédate hasta el día.
Cuando Almendra estrenó Muchacha ojos de papel ese verso quedó en nuestros oídos como si ya hubiera estado allí desde el fondo de la historia. Era en junio de 1969 y el Flaco Spinetta había dedicado la canción a su novia, Cristina, hija del encargado del edificio donde vivía Emilio del Guercio, otro integrante de la banda. Aquella musa inspiradora es el alma de la canción: ella le hizo cambiar el original “senos” por el voluptuoso “pechos” porque “le sonaba a publicidad de corpiños.” Su fina intuición, lo supiera o no, la llevó a decidirse por un tema literario que está presente en versos de todos los tiempos.

Ay chiquita, pero acábame de criar
tus pechos cántaros de miel, como reververellan,
como reververellan, tus pechos cántaros de miel

Los hermanos Mejía Godoy, músicos nicaragüenses, tuvieron un éxito muy grande con esta pegadiza canción -Son tus perjúmenes, mujer- con la que en 1977 hicieron bailar a todos los países del Caribe y a España también. La letra juega con la lengua incorporando palabras inexistentes pero que se llenan de sentido y no necesitan más explicaciones. Una maravilla en la que el verso de los pechos está amplificado por el cántaro, como corresponde al trópico donde nació.

Yo soy la madre de doña Rosita
y quiero que se case,
porque ya tiene dos pechitos
como dos naranjitas
y un culito
como un quesito,
y una urraquita
que le canta y le grita.

Federico García Lorca, Retablillo de don Cristóbal, (1931)


La asociación erótica del cuerpo con olores, perfumes y alimentos, es decir la reunión de varias fuentes de placer, es un clásico de la literatura.
Pasa por García Lorca y yendo más atrás, llega hasta… ¡el Antiguo Testamento!

En El cantar de los cantares hay numerosas evocaciones, dieciocho al menos, del disfrute de las fragancias y los perfumes. También al sentido del gusto.
Cap 4, vs11. Panal de miel son tus labios, esposa. Miel y leche hay bajo tu lengua. El olor de tus vestidos es como olor procedente del (incienso del) Líbano.
Y los pechos son mencionados muchas veces (siete al menos)
Cap 7, vs 3/4. Tus dos pechos son como dos crías mellizas de gacela.
Id, vs 7/8. Tu porte es como el de una palmera y tus pechos son sus racimos.
Id, 8/9. Y me he dicho: "Subiré a la palmera, y cogeré sus racimos; y tus pechos serán para mí como racimos de uva; y tu aliento como si fuera de manzanas.


Sin ánimo alguno de cometer sacrilegio (con el debido respeto, como se estila decir ahora) estoy imaginando que escucho una versión del Cantar con música del Flaco Spinetta o con una movediza de los Mejía Godoy. Se me hace que hace dos mil años, con una melodía oriental, debe haber evocado cosas similares en sus antiguos oyentes.

Muchacha…, acá:
https://www.youtube.com/watch?v=ftTTBsh06vc
Son tus perjúmenes…, acá:
https://www.youtube.com/watch?v=wM73syhbmGI
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martes, 10 de noviembre de 2015

Antonio Dal Masetto

Antonio Dal Masetto: UN ESCRITOR
Hace unos  pocos días falleció Antonio Dal Masetto. La que sigue es la última colaboración que había mandado a Página12 y fue publicada post mortem en su homenaje.
Por el mismo motivo la pongo aquí y para que se vea cómo el mismo tema de la entrada anterior puede tratarse de manera poética y creativa a la vez. Eso hacen los escritores de oficio: no importa tanto la historia que cuentan sino cómo la cuentan.


In god we trust
Recibo la visita del licenciado Santoro. Acaba de terminar el borrador de una novela, su primer libro. Solicita que le dé una mano en la corrección final. Le digo que eso le costaría cierta cifra. Acepta, me adelanta cien dólares y convenimos en comenzar dentro de una semana. Ando escaso de fondos así que apenas se va me corro hasta la cueva de un fulano del barrio que conozco para convertir los dólares en pesos. El fulano me explica que no puede aceptar el billete porque alguien, con un resaltador, dibujó una aureola como de santo alrededor de la calva de Benjamín Franklin. Esto no lo invalida, pero ocurre que la gente se niega a recibir billetes con marcas. Me dice: “Con los nacionales no hay problema, corre cualquier cosa, pero tratándose de plata extranjera solamente te aceptan billetes impecables”. Entonces me acuerdo que le debo cien dólares al amigo Orlando, lo llamo y le entrego el billete con el San Franklin.

Y ahí se terminaría la historia si no ocurriese que tres días después me tocan timbre y aparece Charles Ontivier, un falso francés que se dedica a vender cuadros falsos, quien viene a pagarme una antiquísima deuda de cien dólares. Es un dinero que había dado por perdido y considero el acontecimiento como extraordinario, sobre todo conociéndolo a Charles. Así que me sorprendo más que mucho y la sorpresa aumenta cuando descubro que el billete con que me paga es el mismo que tres días antes le entregué al amigo Orlando, aquél con Franklin convertido en santo. Inmediatamente disco el número de Orlando y me entero que también él pagó una deuda con esos cien. Le explico lo sucedido y entre los dos nos lanzamos a rastrear el recorrido del billete. Al cabo de algunas horas y numerosos llamados telefónicos llegamos a la conclusión de que el billete pasó exactamente por las manos de doce personas, a cada una de las cuales le debían dólares y que a su vez debía dólares. El último pago le fue efectuado por un abogado de San Isidro a Charles Ontivier, saldando la venta en cuotas de un pequeño Quinquela (falso, según confesión del propio Charles).

De vuelta en mi casa, mientras medito sobre la sorprendente calesita del San Franklin, recibo un llamado del licenciado Santoro quien me dice que anda cerca y necesita verme. Aparece unos minutos después, me informa que lamentablemente debe suspender el proyecto de la corrección del libro, me expone una serie de razones que harían lagrimear el corazón de una piedra y me pide que por favor le devuelva los cien dólares. Meto la mano en el bolsillo y le entrego el billete. El licenciado Santoro me asegura que soy un caballero y se retira.

Quedo nuevamente solo y pienso largamente en esos cien dólares que llegaron y se fueron como una mágica alfombra voladora, que casi no existieron, pero gracias a los cuales doce personas cobraron lo que se les adeudaba o parte de ello, pagaron sus propias deudas o parte de ellas, quedaron en paz con sus almas y recuperaron o conservaron amistades y confianzas. Me devano los sesos con este enigma. Y hay algo más. En esta extensa operación el movimiento no fue en realidad de cien dólares, sino de mil doscientos (lo abonado por los doce deudores). O de dos mil cuatrocientos, si se le suma lo recibido por las mismas personas en su calidad de acreedores. Hice las cuentas lápiz en mano y confío en no haberme equivocado, aunque dudo, no soy bueno para los números. Ya oscureció y sigo reflexionando sobre lo mismo. A las especulaciones y al misterio se ha ido sumando una sensación molesta. Me pregunto: ¿En este ir y venir del billete de cien dólares, finalmente, no habré terminado perdiendo plata?
 
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viernes, 6 de noviembre de 2015

Cómo funciona la economía - Humor


El cuento de hoy circula hace mucho tiempo por la red de modo que, a menos que alguien me muestre lo contrario, podemos considerarlo de autor anónimo. Lo pongo como adelanto de la próxima entrada que será un homenaje a un gran escritor argentino.
 
La   hipotética acción transcurre en un pequeño pueblo costero de cualquier país, con su industria turística y hotelera preparada para lo que pintaba como otra temporada veraniega de buenos ingresos, tan necesarios para mantener sus economías durante el invierno.
Hace un tiempo que la crisis merodea por la zona, pero sus habitantes se las arreglan tomando deudas y viven a base de créditos.
Es plena temporada alta, mes de enero, pero una lluvia torrencial azota hace varios días el lugar manteniendo paralizada toda actividad y las calles parecen un desierto.

Por fortuna, llega un turista ruso con mucho dinero y entra en el primer hotel que encuentra. Pide una habitación. Pone un billete de 100 dólares en la mesa de la recepcionista y se va a ver las variantes que le ofrecen.
El jefe del hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el dueño del supermercado.
Éste toma el billete y va de inmediato a pagar su deuda con el carnicero.
El carnicero sale corriendo para pagar lo que le debe al molino proveedor de alimento balanceado.
El dueño del molino toma el billete al vuelo y va a saldar su deuda con María, la prostituta. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece sus servicios a crédito.
La prostituta con el billete en mano sale para el hotel (donde lleva habitualmente a sus clientes) y se lo entrega al dueño a cuenta de su deuda.
En el mismo momento baja el ruso, que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice que no le convence ninguna, toma el billete y se va.
Nadie ha ganado un mango, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas pendientes y mira el futuro… ¡con mucha confianza!
Moraleja: “El dinero será un tótem pero la circulación de la moneda es la base de la economía”.

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domingo, 1 de noviembre de 2015

La tipografía

Un documento chino del año 871 es el impreso más antiguo hallado hasta ahora. Hay intentos posteriores y rudimentarios, pero es natural que esta técnica haya empezado entre quienes dominaban la fabricación de papel.
Las máquinas de imprimir se desarrollaron, en diferentes lugares, más o menos para la misma época (como ocurrió con tantos otros descubrimientos, consecuencia del estado de la tecnología relacionada con ellos) pero, la que Gutemberg creó allá por 1440 ha quedado oficializada como “la primera”. Varias razones avalan ese bien ganado galardón: el invento de los “tipos móviles” (letras), el uso de prensas de rezago originalmente usadas para hacer vino (tarea mucho más exigente) y el éxito fácil de los dos primeros títulos (un misal y la Biblia) elegidos con la clientela asegurada.


Un verdadero mundo aparte -asociado a la imprenta- es el de los tipos y las variantes tipográficas que se fueron desarrollando con el tiempo. Los primeros copiaban los trazos de la caligrafía de los copistas y de allí que se impusieran los “tipos góticos” que hasta mediados del siglo pasado todavía se seguían ensenando en las escuelas primarias de América del sur.
Más adelante se empezaron a incorporar nuevos modelos, variantes que reforzaban cualidades de la escritura resultante de acuerdo a objetivos de facilidad de lectura, elegancia, visibilidad o simplemente el gusto de diseñadores y lectores. Siempre, por supuesto, dentro de los tipos de plomo fundido que usaban los tipógrafos, acomodándolos en planchas o cajas, manualmente y más tarde con la ayuda de una máquina: la linotipo.


Las “impresiones virtuales”, consecuencia de la digitalización de la información y del uso de computadoras, produjeron una explosión del número de “tipos y tamaños”. Estas “fuentes” forman “grupos” y “familias” algunas de las cuales tienen en común modelos originalmente usados en los viejos tiempos de las prensas con tipos móviles de plomo y otros que son fruto exclusivo de la capacidad artística de nuevos diseñadores.
Curiosa y singular, la tipografía ha sido capaz de adaptarse a tiempos y tecnologías, empezando por escribas, calígrafos y copistas; pasando por la imprenta y llegando a los tiempos de la información digital.


Nicholaus Jenson y Claude Garamond en los siglos 15 y 16; W. Caslon, Firmin Didot y John Baskerville en el 18 dejaron marcas que llegan hasta nuestros días.  Stanley Morrison (en colaboración con Victor Lardent) crearon en el 19, para el diario TheTimes, nuestra conocida Times New Roman –en la que se escriben casi todos los artículos de este blog–.
En el S 20, los suizos Eric Gill (Gill y Perpetua) y Max Miedinger con la Helvética de 1957 y el alemán Hermann Zapf con su Palatino serif  de 1948 también hicieron historia. Esta última, elegante y de fácil lectura (es una derivación de la Times) lleva ese nombre en honor de Giovanni Battista Palatino, famoso calígrafo italiano del S 16 que hizo un catálogo de todas las existentes hasta 1540. Las serifas son esos remates en pies o colitas como las de estas “P”, “A” y “V”. Ayudan a la lectura evitando ciertas dudas y, especialmente, dan la ilusión de que hubiera un renglón donde no lo hay.


Vale la pena poner el procesador de texto en la computadora y dar un paseo por las distintas fuentes disponibles. Hay para todos los gustos. Que las disfruten.
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viernes, 23 de octubre de 2015

Ataúdes en viaje

Ataúdes en viaje


El mismo tema como núcleo central no es suficiente coincidencia, entre las obras reunidas hoy, para incluirlas en la serie “Con el mismo cuento…”. Sin embargo, resulta curioso que el motivo sea transformado en obras de arte tan hermosas como diversas.
Eso sí, como no se trata de comedias rosa, advierto a las personas sensibles que el contenido de las propuestas es explícitamente (in)humano. Al final, como yapa, una referencia a una ceremonia religiosa sorprendente.

Mientras agonizo, William Faulkner
Esa mujer, cuento de Rodolfo Walsh
Guantanamera, película de Gutiérrez Alea y J. Tabío

Mientras agonizo, 1930, William Faulkner
Addie Bundren muere casi al mismo tiempo que unos de sus cinco hijos termina de fabricar el ataúd en que la llevarán, durante una tormenta, sobre un carro tirado por caballos prestados, hasta el vecino pueblo de Jefferson para cumplir su deseo de descansar junto a sus antepasados.
Para lo único que el argumento tiene importancia es para ponerlo aquí en la categoría de ataúdes en viaje. Si hay algo sin valor en las novelas de Faulkner es de qué trata; cualquiera sea el tema lo singular es que el tipo construye un relato donde se hacen patentes las grandezas y miserias humanas, las relaciones sociales en el sur de los EEUU y, sobre todo, la absurda perseverancia de los personajes en cualquier tipo de tareas que los (nos) ayuden a soportar su (nuestro) paso por este mundo y permiten que vayamos tirando… mientras agonizamos.
Addie, la madre protagonista, lo dice explícitamente antes de expirar: “Mi padre decía que el sentido de la vida era preparase para estar muerto.”
La novela está contada por muchas voces en cincuenta y nueve cortos capítulos; a las de los hijos se agregan las de parientes, vecinos y el mismo padre. Un personaje hipócrita y miserable que aprovecha el viaje para comprarse una dentadura postiza y conseguir una reemplazante: “Les presento a la Sra. Bundren”, anuncia después del entierro luciendo dientes y novia nuevos y cerrando la novela. Con ironía y humor vitriólico muestra otra manera de soportar la vida: ser un cínico.


Esa mujer, 1964, cuento de Rodolfo Walsh (1927-1977)
Si El matadero es uno de los cuentos fundamentales de la narrativa argentina, Esa mujer no le va en zaga. Ambos tocan dos hitos constituyentes de nuestra identidad nacional: la violencia como punto de partida el primero y la disputa por el cadáver (esa asociación de poder con necrofilia) el segundo.
Un periodista entrevista, varios años después del hecho, a un militar involucrado en el secuestro y traslado del cadáver de Evita. Ambos tienen datos que interesan al otro y mantienen un diálogo, estéril en cuanto a acercarlos a sus objetivos si bien fértil en la caracterización detallada de lo que representan.
Pero sus méritos literarios son tan o más importantes que el tema mismo: la construcción de una ficción luminosa partiendo de un hecho siniestro, suposiciones corroboradas años después en la restitución del cuerpo a los deudos, la ambigüedad presente desde el título, la ausencia de juicios morales y el hecho de que la verdadera protagonista no sea siquiera nombrada por narrador y entrevistado contribuyen a su perfección y trascendencia.


Guantanamera, Dir. Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, Cuba, 1995, 105 min.
Con: Jorge Perugorría, Mirtha Ibarra, Carlos Cruz, Conchita Brando, Raúl Eguren.
La película es una comedia que satiriza algunos aspectos excesivamente burocráticos que complican la vida de los cubanos a la vez que muestra su creatividad y peripecias en la búsqueda de soluciones.
Yoyita, con sus 67 años, va a Guantánamo a visitar a su sobrina Gina y encontrarse con Cándido, un antiguo enamorado. Su muerte repentina hace que Cándido, Gina y su marido Adolfo, funcionario del estado, deban transportar el cuerpo a su provincia para la sepultura.
Durante ese viaje, multitud de situaciones cómicas y adversidades complican el éxito de la empresa, pues deben ajustarse a un nuevo plan de restricciones en el traslado de los fallecidos.
Los integrantes del cortejo coinciden con Mariano y Ramón quienes desde su camión compartirán casi todo el recorrido. Mariano es un antiguo alumno de Gina que estaba enamorado de ella. El inesperado encuentro agrega condimentos picantes a la aventura.
. FIN

Las fotos de la procesión de los ataúdes con personas vivas corresponde a la festividad en que los devotos de Lázaro y de Santa Marta agradecen la atención a sus demandas por la salud de familiares o de ellos mismos. Se celebra en la localidad de Santa Marta de Ribarterne, en As Neves, Pontevedra, España. Como dijo el torero aquel: ¡Hay gente pa’ tó!
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lunes, 19 de octubre de 2015

Odio - Amor (3)

Odio – Amor (3)
Como corolario de la ambivalencia del dúo Odio – Amor y de sus “escuderos” hoy agrego un listado ampliado de otras palabras que las acompañan y muestran esa ambigüedad en su aparente o concreta oposición.
Algunos diseñadores gráficos captaron esa dualidad y crearon las sutiles ambigrafías que acompañan esta nota. Alberto Apicella es el autor de las palabras en rojo y negro y, aunque desconozco al diseñador de la remera, la foto pertenece a Accordion Guy.

condena                      esperanza       
dolor /pesar                 felicidad /alegría        
tinieblas/oscuridad      luz /claridad               
mentira/falsía/vileza    verdad/nobleza
guerra/peligro              paz
veneno/ponzoña           almíbar/ambrosía
sacrificio/castigo          ofrenda/perdón
infierno/oprobio           paraíso/gloria
crueldad/escarnio         piedad/consuelo
amargura                      dulzura
conjetura                      certeza           
furia/rayo                     calma
angustia/cólera             éxtasis
espinas                         flores

Una curiosidad, para terminar: la palabra amor, en casi todas las lenguas cercanas, contiene una de las dos consonantes M o L (amar, love, liebe) que refieren a las onomatopeyas de mamar o lamer el pezón con las que las criaturas obtienen alimento y placer. El amor entendido como el acto de cuidar a otro o dar buen alimento se decía en griego antiguo: άγαπη (ágape). De allí viene el significado de comida o banquete a nuestra palabra ágape y el nombre Agapito, que significa amado.
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miércoles, 14 de octubre de 2015

Odio - Amor (2)

Acá está la pequeña selección que prometí con temas musicales que rondan el tema amor-odio:


ti voglio bene e t’odio (te quiero mucho y te odio
nun ti pozzo scurdà…  no te puedo olvidar…)
Malafemmena de Antonio Totó de Curtiss

ódiame por piedad yo te lo pido
ódiame sin medida ni clemencia
odio quiero más que indiferencia porque
el rencor quiere menos que el olvido.
Ódiame, bolero de Julio Jaramillo

Y hoy que no vale mi vida
ni este pucho de cigarro
recién sé que son de barro
el desprecio y el rencor.
De barro, tango de Piana y Manzi

…escribo contra mi parcialidad, porque forma parte de mi orgullo profesional el preferir la casi-verdad incluso a la expresión de mi casi-odio.

–¿Es que no se puede seguir queriendo u odiando todo ese tiempo? …
–No hay nada vergonzoso en sus celos, Mr. Bendrix. Para mí son siempre una prueba de verdadero amor.

Los celos, o tal he creído siempre, existen sólo con el deseo. Los autores del Antiguo Testamento eran aficionados a emplear las palabras “un Dios celoso” y quizás era su manera de expresar la creencia en el amor de Dios por el hombre.

…siento que todo mi odio vuelve a mí de golpe. El odio parece poner en acción las mismas glándulas que el amor. Hasta produce los mismos actos

Escribí al comienzo que esta era una crónica de odio y caminando junto a Henry encontré la única oración que parecía cuadrar a mi humor invernal: ¡Oh Dios, ya hiciste bastante, ya me quitaste bastante, estoy demasiado viejo y cansado para aprender a amar de nuevo, déjame en paz de una vez!   FIN
El fin de la aventura, 1951, novela de Graham Greene.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé
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Los heraldos negros, 1918, César Vallejo

Coro: Quell’innocente un fremito d'odio non ha nè un gesto (Esa inocente no tiene sentimientos ni gestos de odio).

Yago: M’ascolta: benque finga d’amarlo odio quel moro (Escúchame: por más que finja amarlo, odio a ese moro).

Desdémona: Disperda il ciel gli affanni e amor no muti col mutar degli anni (Disperse el cielo las angustias y que el amor no cambie con el paso de los años)

Otello: Otello ha sue leggi supreme, amore e gelosía vadan dispersi insieme! (¡Otello tiene sus propias leyes! ¡Qué amor y celos se hundan juntos!)
Otello, ópera de Verdi y Boito.

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