sábado, 27 de julio de 2013

Poner los cuernos


No es lindo contar habladurías de nadie, ni tampoco andar demoliendo ídolos, pero nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio: los primeros cornudos que registra la historia fueron Ulises y el Rey Minos.

La historia oficial de Ulises (Odiseo para los griegos) dice que, finalizada la guerra de Troya, el héroe emprende el regreso a casa mientras va sufriendo una demora tras otra. Penélope aguarda en Ítaca el regreso de su marido acosada por numerosos pretendientes. Para mantenerlos a raya (pero interesados…) les dice que tiene que terminar de tejer un sudario para cuando muera su suegro Laertes y que recién entonces elegirá nuevo marido. Mientras tanto le da largas al tema destejiendo de noche lo que avanza de día (supuestamente esperando el demorado regreso de Ulises). Esta es la versión romántica de la historia según cuenta Homero en La Odisea, pero parece que no fue tan así.

El asunto entre Penélope y Ulises no fue sólo un tema de tejer y destejer, la cosa venía ladeada desde antes. Y no es que lo diga yo por querer contrariar la versión oficial. Son varios lo que conocían la cuestión y desde hace mucho tiempo.
Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua Castellana o Española de 1671 dice que “Poner los cuernos tomó ocasión de lo que se cuenta de Mercurio (Hermes para los griegos), que en figura de cabrón tuvo ayuntamiento con Penélope, mujer de Ulises; del cual nació el dios Pan con cuernos”.
Alberto Moravia, en su novela El desprecio de 1954, postula algo parecido. El tipo se habría tomado el buque y embarcado en la Guerra contra Troya, con tal de no ver lo que hacía su mujer, que no sólo tenía acercamientos con Mercurio (que era un dios) sino con otros mortales (y los comentarios en el barrio eran inaguantables.)

También dice que, terminada la guerra, Ulises teme enfrentar la situación, volver a Ítaca junto a su mujer y empieza a dar vueltas y más vueltas complicando adrede su viaje de regreso (Escila y Caribdis, Calipso y los feacios, Eolo y los vientos, Polifemo, Circe, El Hades…) Cualquier pretexto le resulta bueno para demorarse un año aquí, dos allá, etcétera. No es el espíritu de aventuras lo que lo guía sino la reticencia a aceptar la incómoda situación de la que había huido años antes y deberá afrontar nuevamente a su llegada. Si fuera cierto que sólo pensaba en Penélope, se pregunta, ¿por qué la traiciona cada vez que se le presenta la ocasión? La respuesta es: sólo para pagarle con la misma moneda con que ella lo había despreciado.

Sin dudas es más linda y romántica la versión de Homero que, o no estaba al tanto o miraba para otro lado (en sentido metafórico, dado que era ciego). Todo allí es hermoso y lo sería todavía más si no supiéramos lo que Homero significa: “hijo de rehenes” y “el que no ve”.
Esto último sí que es verdaderamente cierto: ojos que no ven, corazón que no siente.



Continuará…
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