miércoles, 20 de agosto de 2008

Drummond de Andrade ¿Libretista?

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Varios humoristas relatan este cuento en sus presentaciones, ligeramente adaptado, sin mencionar al autor. También circula por Internet, con un final más explícito, en algunas ocasiones con el nombre de otros autores.

Caso de la secretaria
Llegó a su oficina enjetado. Era su cumpleaños y su mujer ni siquiera un abrazo o la más mínima alusión a la fecha. Las hijas también se habían olvidado. ¿Con que así lo trata la familia? Él, que vive para los suyos, que se revienta trabajando, no merece ni un beso, ni una palabra siquiera.
Pero en la oficina lo esperaban flores sobre el escritorio y la sonrisa y el abrazo de la secretaria que muy bien hubiera podido ignorar el cumpleaños y que, sin embargo, lo había recordado. Era más que una auxiliar atenta, práctica y eficiente, mano derecha de la firma, como hasta entonces la había considerado: era un corazón amigo.
Pasada la sorpresa se sintió aun más amargado: el cariño de la secretaria en vez de cerrar la herida, la abría. ¿Así que una extraña lo recordaba con tal delicadeza y la mujer y los hijos, nada? Bajó la cabeza haciendo girar el lápiz entre los dedos, sin ganas de vivir.
Durante el día, la secretaria redobló sus atenciones. Parecía querer consolarlo, como si midiera su soledad moral, su abandono. Sonreía, decía frases amables y al serle dictada la correspondencia hizo, al pasar, algunos chistes.
-¿Dónde va a festejar la fecha, señor, en su casa o en una boite?
Molesto, él contestó incómodo que en ninguna parte. Cumplir años es un bodrio y a nadie le importa un pepino de él, pasaría la noche solo como un lobo estepario.
-¿Y si cenáramos juntos? -insinuó ella, discretamente.
¡Excelente idea! En vez de pasar la noche aburrido, resentido -los de su casa ni en cuenta lo tienen- pasará unas horas agradables en compañía de una mujer que -ahora lo advierte- es bien bonita.
De ahí en adelante se trabajó con impaciencia, parecía que la hora de cerrar la oficina no iba a llegar nunca. Tuvo ganas de que todos se fueran enseguida para que todos conmemorasen su cumpleaños, él principalmente. Se contuvo en el placer ansioso de la espera.
-¿A dónde prefiere ir? -preguntó cuando salieron.
-Si no le importa pasemos primero por mi departamento. Necesito arreglarme un poco.
Espléndido, pensó él, se hace la previa inspección del terreno, y ¿quién sabe si...?
-Pero antes necesito un whisky, para animarme -rectificó ella.
Entraron a un bar. Él no sólo recuperó la alegría de vivir y de cumplir años; le pareció, por el contrario, que iba cumpliéndolos al revés. Salió del bar mucho más joven y la tomó del brazo.
En el departamento ella le señaló el cuarto de baño, diciendo que dispusiera de él cuando quisiera. Dentro de quince minutos podría pasar a su pieza, sin golpear la puerta -la sonrisa de ella al decir esto era una promesa de felicidad.
Él no se daba cuenta de si se estaba vistiendo o desvistiendo, de tanto que se atropellaban los quince minutos para convertirse en quince segundos en el calor sofocante del cuarto de baño y de la situación. Libre de la ropa incómoda, abrió la puerta de la habitación. Ahí dentro, sus hijitos y la secretaria lo esperaban coreando: “Que los cumplas feliz”.

Del libro SILLA DE HAMACA (1966), cuyo autor es Carlos Drummond de Andrade.
Si tuvieron la paciencia necesaria y llegaron hasta aquí habrán podido comprobar la maestría y sutileza con que está escrito. Casi todo pasa por lo que lo dicho dispara en la imaginación del lector.
Si además sucediera que lo escucharon por algún humorista o vieron las versiones que circulan por la red, notarán las diferencias.

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